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Donde los Glaciares Desaparecen

(Relatos inéditos de la Patagonia) Parcialmente enterrado en la arena reposa el olvidado cráneo de una ballena adulta. Sus tejidos han sido lentamente erosionados por el incesante vaivén de las olas. La blanca escultura ósea contrasta con la delgada capa de oscura arena que cubre la paya. Su puntiaguda parte frontal apunta hacia la única...

(Relatos inéditos de la Patagonia)

Parcialmente enterrado en la arena reposa el olvidado cráneo de una ballena adulta. Sus tejidos han sido lentamente erosionados por el incesante vaivén de las olas.

La blanca escultura ósea contrasta con la delgada capa de oscura arena que cubre la paya. Su puntiaguda parte frontal apunta hacia la única isla arbolada en medio del golfo, como señalando a un refugio del incesante y gélido viento para aquellos que se aventuran en ese olvidado lugar.

Me pregunto; ¿Será ese el hábitat de los insectos que estoy buscando?

Cráneo de ballena a la orilla del Golfo de Penas ubicado al oeste del istmo de Ofqui. foto R. Isaí Madriz

Cerca de los restos del difunto cetáceo, la vida sigue su curso. Un par de huevos de ostrero negro sudamericano se encuentran expuestos sobre la arena. Mientras admiro el moteado patrón en su exterior, los padres vuelan sobre mí, combatiendo las fuertes ráfagas de viento, mientras el sonido de sus quejidos es silenciado por las mismas.

Dejo atrás los fúnebres restos a la orilla del océano y camino hacia el norte. A un kilómetro de distancia a través de las desoladas dunas, justo en la desembocadura del río, donde los glaciares desaparecen en el océano, yace la isla del diablo.

El suave y esponjoso suelo de la isla, está formado por generaciones de musgo que crecen una sobre otra de igual forma que crecen los corales. Sus propiedades húmedas son el hábitat perfecto para pequeños insectos.

En mi caminar, observo pequeñas gotas de dulce y pegajoso líquido que emanan de las filamentosas puntas de diminutas plantas de color escarlata. Al acercarme, me percato de su siniestro propósito. Los restos parcialmente digeridos de pequeños insectos permanecen suspendidos en sus cristalinas tumbas. Las extrañas plantas carnívoras adquieren así los vitales nutrientes que el empobrecido sustrato de la isla carece.

planta carnívora en su hábitat natural en la isla del Diablo. foto R. Isaí Madriz

El resto de la vegetación, se han adaptado a las condiciones adversas de la isla. Los incesantes vientos y el suave suelo han hecho que los árboles, sean pequeñas versiones de los que habitan las laderas andinas. Los más altos, crecen alrededor de una pequeña laguna. Sus cristalinas aguas son teñidas por la materia orgánica en descomposición del humedal que la rodea.

Pequeñas ranas del tamaño de mi pulgar se refugian del viento dentro de las decadentes ramas alrededor de la laguna. Su camuflaje asimila el matiz amarillo de las pequeñas hojas en descomposición de los árboles en las cercanías.

Laguna en la Isla del Diablo. El agua es teñida por los nutrientes de la materia orgánica vegetal en descomposición a su al rededor. foto R. Isaí Madriz

Con el cesar del viento, la isla reposa. El silencio anuncia la llegada del peligro. Pequeñas y oscuras libélulas se deslizan por los aires, cazando distraídos insectos voladores. Sobre el suelo, escarabajos depredadores patrullan por la superficie del musgo, ingiriendo a los heridos. Aquellos recién llegados que dilatan en orientarse son rápidamente erradicados por el mortuorio comité.

Pese a la extraordinaria biodiversidad de la isla, el grupo de insectos que busco no está aquí.

Bordeando la orilla norte de la isla, las sedimentosas aguas del río San Tadeo nacen de las gélidas vertientes de glacial San Quintín a más de 40 kilómetros al este. El volumen del río es aumentado por las aguas del río negro originarias de los derretidos glaciales sin nombre al norte.

San Tadeo arrastra entre sus grises aguas el afligido sentimiento que dejaron atrás las desaparecidas tribus endémicas que navegaban sus prístinas aguas.

Justo bajo a arena, el agua dulce se filtra por debajo de la isla. Esta insignificante observación dilucida la necesidad del sano flujo de agua glacial que el ecosistema de la isla necesita para su supervivencia.

A las afueras de la isla, a orillas del río, el roedor nativo más grande de Chile, el coipo, cruza el frío canal con su cabeza expuesta al exterior.

Entre la vegetación de la playa, sobre la línea intermareal, el esqueleto completo de una ballena anuncia a otros de su especie los peligros de la fluctuante marea. Sus huesos, son vibrantemente coloreados por algas y diatomeas que crecen en su superficie. Junto a estas, antiguos y diminutos insectos sin alas, se alimentan de los nutrientes de residuos adiposos impregnados en las cavidades óseas de las enormes vertebras.

Huesos de rorcual Sei. La coloración en su superficie está compuesta por la combinación de algas, diatomeas y diminutos insectos llamados colémbolos. foto R. Isaí Madriz

De regreso en el campamento, me encuentro descalzo a la orilla del océano. Sus frías aguas aminoran el dolor de mi tobillo dislocado. Mientras contemplo el atardecer en el horizonte, pensamientos transeúntes interrumpen el momento: ¿Será esta la temporada equivocada para encontrar los insectos que estoy buscando? ¿Podrán insectos voladores sobrevivir en este extremo hábitat de las dunas? Si están aquí ¿Cómo han evolucionado para adaptarse a estas condiciones climáticas?

Detrás de una duna, el viento del sur crea un remolino de arena. En ese momento, el viento pausa momentáneamente pero el remolino persiste. Al acercarme me percato que la arena, son insectos volando a manera de enjambre. Estos, pertenecen a la familia Trichoceridae, al fin encontré el grupo que he estado buscando.

A comparación de otras especies que habitan la Patagonia, esta es inusual. Las seis patas de los adultos están reducidas.

Atardecer al oeste del istmo de Ofqui. foto R. Isaí Madriz

Al atardecer la población entera desaparece.

Al día siguiente me encuentro en el mismo sitio a la misma hora, pero este, está desierto. Mientras examino los alrededores encuentro un solitario macho. El vuela en dirección circular buscando a otros, sin percatarse que toda la población ha desaparecido.

Permanezco inmóvil, observando. El sol comienza a ocultarse detrás el horizonte, llevándose el calor de los alrededores. La temperatura se desploma con el arribo del viento del sur.

Las internas raciones adiposas que proveen de energía al insecto, se desvanecen rápidamente. Sin poder continuar combatiendo las condiciones climáticas, el macho cae al suelo. En minutos su cuerpo es cubierto por las arenas en constante movimiento.

Durante los días siguientes busco distintas poblaciones de la misma especie en áreas aledañas, pero es en vano.

A 25 kilómetros río arriba, a través de un pantano se encuentra la laguna San Rafael, la cual lleva el nombre del glacial San Rafael que nace directamente del Campo de Hielo Patagónico Norte. Con la cordillera de los andes en el este, los angostos canales de fiordos al oeste y 35 kilómetros de playa que conforman el istmo de Ofqui al sur, las aguas del Océano Pacifico son encapsuladas entre estas formidables barreras.

Mientras descanso en la playa de la laguna, reflexiono sobre el paradero de la especie que encontré en los días anteriores, evaluando la evidencia. La destacable reducción de sus patas sugiere que esta especie no puede colgarse de la vegetación para descansar como lo hacen sus parientes más cercanos, lo cual causa que los adultos de esta especie tengan un ciclo de vida inusualmente corto.

Al mismo tiempo, a menos de 100 metros frente a mí, observo con asombro como un iceberg del tamaño de un autobús se desvanece en las calmadas aguas.

En medio de la laguna, mientras flotan a la deriva, fragmentos del glaciar muestran un vívido caleidoscopio de gamas verde azules. Entre estos, cerca de la base del glaciar, el depredador más grande de la laguna, una foca leopardo, descansa pacíficamente sobre un trozo de hielo plano sin percatarse que el glacial del que su vida depende, está lentamente desapareciendo.

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El equipo usado para este proyecto de nueve meses es cortesía de Fulbright, National Geographic, Iridium, Alpacka Raft, Aqua-BoundBoo Bicycles, Kokatat, Seal Line, Osprey, TentsilePatagonia, Voltaic & Jax Outdoor Gear.

Agradecimiento especial para Destino Patagonia por su apoyo y pericia durante esta expedición.

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The National Geographic Society is a global nonprofit organization that uses the power of science, exploration, education and storytelling to illuminate and protect the wonder of our world. Since 1888, National Geographic has pushed the boundaries of exploration, investing in bold people and transformative ideas, providing more than 15,000 grants for work across all seven continents, reaching 3 million students each year through education offerings, and engaging audiences around the globe through signature experiences, stories and content. To learn more, visit www.nationalgeographic.org or follow us on Instagram, LinkedIn, and Facebook.

Meet the Author

R. Isai Madriz
Dr. R. Isaí Madriz is an entomologist and zoologist with expertise in freshwater aquatic insects of Patagonia. As a Fulbright-National Geographic Digital Storytelling Fellow, he is telling the story of deglaciation of the Northern Patagonia Ice Field, focusing on its vanishing aquatic insect diversity through images and stories of exploration, science and human connections. He combines hiking, bikepacking and packrafting to transect unexplored areas and secluded fjords in search of some of the rarest insects on the planet. This low-carbon footprint approach utilizes renewable energy sources to capture never-before-seen footage of remote glacial outlets and hidden valleys of wild Patagonia. Madriz is documenting the largely unknown endemic aquatic insect fauna of this vital region before Chile’s Aysén region’s biodiversity is transformed forever.